viernes, 22 de agosto de 2008

domingo, 10 de agosto de 2008

Los ojos del tótem


Arriba una imagen de Irlam en su forma norma-agua-volador

Bueno, a decir verdad...he empezado muchas historias y no he acabado casi ninguna :(



La última, la de "Viajes entre mundos" no la puedo acabar aún porque tengo una gran laguna y no me acuerdo de más...como suele ocurrir en los sueños...



Para no quedarme de brazos cruzados he decidido comenzar un nuevo relato (espero acabarlo).



Puede resultar algo confuso al principio, en todo caso siempre puedo hacer aclaraciones.






P.D: acabaré todos los relatos pendientes...como mi biografía, viajes ene mundos y el lago de las luces, a los que estoy dando una continuación...



Capítulo I. El Templo de los Días Antiguos


Irlam


¿Cuánto tiempo habré vagado por el mundo? Incontables eras he surcado los cielos con los dragones, he galopado con los caballos begnhel de las praderas, he luchado con los elfos, humanos y enanos contra el mal, he buceado por los inhóspitos mares y océanos de Mothrun…Y todo esto, ¿para qué?, ¿para que me confinen en obelisco mágico, un tótem? Me creyeron demonio cuando descubrieron mi inmenso poder, pero es que yo lo soy todo. Soy el viento, soy la velocidad, soy el ardiente fuego, soy la sombra de la noche, la bestia de las aguas…Soy Irlam.

Cuando vi a aquel joven humano frente a mí, con la Falcata Meteoro en una mano y el escudo del rey Girien en la otra, casi me entraron ganas de echarme a reír. La Falcata, hermosa, con la empuñadura de marfil de cuerno de dragón y los bordes de madera de sauce, hecha con el acero que cae de las piedras del Espacio, era el arma más antigua del mundo. El escudo, tenía representadas las fuerzas de la naturaleza, un remolino de viento, una llama de fuego, un trozo de tierra con un árbol y una ola del mar. Si, definitivamente no pegaba con el joven humano.
El humano…era de cabello fino y negro, hermoso, y que escondía una mirada torva de ojos grises. Su rostro también era hermoso, de rasgos finos y casi podía pasar por un príncipe de los Días Antiguos. Era esbelto, de cuerpo fino y brazos desnudos hasta los hombros. Si, todo eso está muy bien, pero lo que le delataba era la ropa…sin dudarlo era campesino, y a pesar de que hacía ya mil años que no me despertaba nadie, eso no cambiaría.

E de reconocerlo, me sorprendió que el campesino consiguiese liberar mi alma del letargo al que fue confinada. Se acercó a mí con pasos decididos, sin mostrar miedo en sus ojos…

Ëthan


Tenía miedo, aunque mi orgullo impedía mostrarlo. Caminé, un paso tras otro, con mis viejas botas de viaje en aquel templo espléndido, donde nada tenían que ver. El Tótem, de no menos de doce metros de alto y de excelente talla élfica mostraba el mismo ser con diferentes formas.
La primera era la forma de una extraña bestia, como una especie de dragón sin escamas con cuatro patas de felino y larga cola. Su cuello también era largo y fino, y acababa en una hermosa cabeza de ojos inteligentes. No tenía alas.
La segunda, tenía básicamente la misma forma pero sus patas delanteras se expandían notablemente hasta que cada uno de los cinco dedos se aplanaba, junto con el brazo, formando dos enormes alas. Mostraba grandes y poderosas garras en las patas traseras, iguales que en la otra forma. En su espalda crecían pinchos de considerable tamaño y en el final de su cola ardía una llama.
La tercera, y la más alta contaba con proporciones perfectas, alas iguales a la segunda forma y extendidas. No tenía garras en las patas y su cola acababa en dos pinchos que salían de ella.
Todo esto no contaba con ningún color, pues estaba hecho de madera. Al menos hasta que coloqué los dos Diamantes Negros en los ojos de la figura más alta.
Entonces, todo cobró color en el oscuro templo.

Llevaba semanas viajando para encontrar aquel templo y colocar los Diamantes que me habían entregado los sedraid, una tribu de hombres que aún creían en los antiguos Poderes y en los antiguos seres.
Hacía mucho que en Mothrun no había ni centauros, ni elfos, ni enanos…nada. Solo humanos. A veces se alarmaba la gente con el avistamiento de un “gran dragón rojo”, aunque prefieren olvidarse de ellos y acaban por denominarlos “bandadas de pájaros”.
Los sedraid me dijeron que si conseguía liberar a la Bestia, y dominar su poder con las Dos Armas de los Tiempos Antiguos conseguiría que esas razas se dejaran ver ante el invocante.
Salí de mi pueblo, Hascius, en busca de ayuda. Mi hermano Mourin y mi hermana Galience huyeron con mi madre Aerad hacia la ciudad más próxima, debajo de las Montañas Divisorias, donde vivimos. Una masa interminable de Sirvientes Oscuros, como los llamamos, asaltaron el pueblo. Los Sirvientes Oscuros son las almas de los antiguos soldados del mal que caían en combate. Su aspecto es el de una estatua con finas líneas de magma, sus piernas ahora son patas de lobo sobre las que se yerguen, como los gnolls.
La Bestia de los Tiempos Antiguos nos ayudaría.

Miré con asombro como la estatua comenzaba a tomar color. Todas las formas de la Bestia eran de un hermoso color nacarado, con la panza, alrededor de los ojos, los pinchos/placas de la espalda o la cola de diferente color.

La primera, la que estaba a ras de suelo y carecía de alas tenía un tenue resplandor verde. Ahora claramente tenía alrededor de los ojos una forma verde, la panza verde y la cola igual. La segunda resplandecía de rojo, con los cuernos rojos, el final de la cola roja y la panza roja. El fuego de su viva llama ardía de verdad. La última, la de la cúspide ahora tenía un resplandor azulado como el mar y el cielo fusionados. Su panza, el final de su cola, las placas de su espalda y alrededor de sus ojos, ahora era azul.

Asombrado, me protegía con mi escudo cuando el tótem explotó y las tres formas se juntaron en una. Todo se iluminó y temí quedarme ciego. Cuando todo acabó, frente a mi tenía a una inmensa criatura del tamaño de un dragón por lo menos, mirándome.

Tenía las alas/patas plegadas y su piel, de un pelo tan fino y corto como el de los leones marinos. Aquella criatura no mostraba ahora sentimientos, bien podía tragarme y con sus colmillos hacerme pedazos, aunque confié en la antigua magia.
Habló entonces en mi cabeza, con la voz tan profunda y antigua que creía que me hablaba el mismo fondo del mar, que me hablaba el viento de la más alta montaña.

- ¿Quién ha sido el liberador de mi cuerpo dormido en el Tótem? ¿Quién osa levantar al Leviatán de los Mares, la Bestia del Aire, el Ser de la Tierra? –preguntó sin dejar de mirarme.

Yo intenté dominar mi miedo e hice que el temblor de mis piernas cesara.

- Yo te invoco y libero, Gran Bestia de los Días Antiguos- dije lo más firmemente que pude. Temía que el ser rompiese la barrera mágica y me matase por mi imprudencia, pero se limitó a girar levemente la cabeza hacia un lado y soltar un rugido atronador…

- Pues atente a las consecuencias…-dijo tras su rugido.

Entonces, sin previo aviso, me cogió con la boca por la camisa y de un movimiento de alas rompió el techo del templo y me sacó volando.
Grité, pataleé y me debatí, pero no le importó. Imploré que aquel ser tan antiguo como los cimientos de la tierra no me deborase…